Cynthia Rocha, wrote on 20/02/2017:

Una angustiosa incertidumbre

Se produce casi el doble de la comida necesaria para alimentar a la población mundial. Sin embargo, no todas las familias pueden acceder a los alimentos de la canasta básica. En Uruguay, cerca del 40% de los ciudadanos sufren algún tipo de inseguridad alimentaria, según datos del Instituto Nacional de Alimentación

Medio kilo de azúcar, dos papeles higiénicos, un morrón, un puré, leche y pan. A diario, Gladys cambia la tira de papel en la que anota los apuntes para los mandados, pero el contenido no varía demasiado. La cuota de dinero que puede aportar su marido apenas alcanza para comprar los alimentos y los insumos básicos para el hogar: Gladys, ya jubilada, tan solo cuenta con 300 pesos diarios para mantener a su familia de cuatro integrantes.

La principal causa de inseguridad alimentaria en la sociedad uruguaya está vinculada con carencias económicas. Este problema alimentario-nutricional se centra principalmente en el área metropolitana, en cientos de hogares como el de Gladys, y afecta con más fuerza a la primera infancia.  

Ella es jubilada y vive con su esposo, su hija y su nieto de tres años, Stefano. Mientras madre e hija toman mate y conversan, Stefano pasa la tarde en el Caif que queda frente a la casa. De vez en cuando las cabezas de ambas asoman por la ventana para ver si está en el recreo. Si bien Gladys es jubilada está buscando trabajo, junto con su hija que está desempleada y en su rutina está presente el quehacer de la casa, el cuidado del pequeño y las preocupaciones económicas.

Su jubilación apenas le alcanza para cubrir los gastos fijos: “Estoy pagando todos los recibos un mes atrasado”, sostiene Gladys mientras conversa con Raquel, encargada del Caif, que cruzó a visitarla. A esa dificultad se le suma la de la alimentación. “Es prácticamente imposible cocinar con esa plata”, afirma. “Vos de los 300 tenés que comprar la leche, el pan, algún jugo, porque algo tenés que tomar, y si te falta jabón de lavar o de fregar, papel higiénico…”, dice con rapidez. Cuando surge algún gasto extra los recursos que tiene para la alimentación de su familia disminuyen notoriamente.

Un problema que afecta a millones

La situación de Gladys no es aislada. Más que una excepción, estas dificultades son la regla ya que varias familias de la zona metropolitana las sufren a diario. Verónica y Cristina son dos jóvenes madres que viven en el barrio, mandan a sus hijos al mismo Caif al que asiste Stefano y la preocupación de que los alimentos se terminen en sus hogares también es recurrente: “Pila de veces, suele suceder”, sostiene Verónica. Ella recuerda que la situación más complicada que vivió fue cuando estaba embarazada de uno de sus hijos, el del medio: “No tenía de dónde sacar, no había lugar”. Similar fue el caso de Cristina cuando dio a luz a su hijo menor y su esposo quedó sin trabajo. Ambas pudieron obtener recursos saliendo a vender comida por el barrio.

Más de 790 millones de personas sufren o han sufrido hambre en el mundo, según cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por su sigla en inglés). Una cifra difícil de dimensionar, que suma más que todos los habitantes de América Latina. Más de una de cada 10 personas tiene inseguridad alimentaria. Mientras, cada año se desperdician en el mundo 1.300 millones de toneladas de alimentos, un tercio de la cantidad que se produce anualmente.

Gladys tiene diversas estrategias para que la comida rinda más. Hacer un guiso grande que dure para la noche y reciclar los alimentos que quedan de un día para el otro son algunas de ellas. “No tengo nada en la heladera, pero todos los restitos que quedan los acomodo. No tiro nada. Antes de ponerme a cocinar me fijo qué tengo y después abro la heladera y veo qué me sobró”, afirma con énfasis.

“Los hogares priorizan que el niño coma primero”, María Rosa Curutchet, Mag. en Nutrición y Salud Pública.

Sin embargo, la presencia de un niño en el hogar hace que a veces esas estrategias no alcancen.  “Trato de que cuando hay poco coman ella y el bebé”, agrega señalando a su hija, que se encuentra del otro lado de la mesa. Verónica y Cristina también comparten esa postura. Repartir la comida entre los niños y disminuir la de los mayores es la primera opción. “Me ha pasado que mi esposo y yo podíamos estar a mate y mis hijos tenían para el mediodía y la noche”, afirma Verónica.  

Las necesidades nutricionales de los niños exceden lo que muchas veces en su casa pueden ofrecerles. “Stefano está acostumbrado a tomar yogur y ahora le ha dado por preguntarme qué tenemos para merendar”, dice Gladys mientras mira fijo el papel de los mandados que está enrollando en uno de sus dedos. “Pero se conforma con una tostada, un pan con manteca…”, agrega sonriente la madre del pequeño. Claudia, cocinera del Caif, también destaca que aunque se les dé el pan solo, para ellos el hecho de servírselos en un platito y ofrecérselos es especial.

Frutas y verduras

Gladys retoma la conversación mencionando la necesidad de que haya frutas en la casa. Compra un par de bananas, de manzanas y alguna naranja para que Stefano coma. “Tenés que tener porque es un niño, es un niño”, repite. La adquisición de este tipo de alimentos es más costosa, por lo que su consumo se ve aún más restringido. “A la mitad del mes ya hay menos plata, entonces menos verduras”, señala Cristina. Y ahí vuelve como un círculo vicioso la tríada: arroz, fideos, polenta. O para variar, como menciona entre risas Verónica, “guiso de mañana, de tarde y de noche”.

Según María Rosa Curutchet, encargada del Observatorio de seguridad alimentaria-nutricional del Instituto Nacional de Alimentación (INDA), lo importante en la alimentación es la variedad, porque los distintos alimentos aportan diferentes nutrientes. Pero eso es lo primero que se ve restringido y, por tanto, afecta el estado nutricional de quienes tienen menos recursos. A su vez, se recomienda consumir unos 400 gramos de frutas y verduras al día pero, según la experta en Nutrición y Salud Pública, la población uruguaya está muy por debajo de esa cifra, principalmente los niveles socioeconómicos más bajos.

Más allá de eso, de acuerdo a lo que sostienen las cocineras del Caif, fideos y guisos son las comidas que comen con más facilidad los niños, aunque allí se les trata de dar una alimentación más variada, que incluya buena cantidad de frutas y verduras. “Les dices fideos y quedan chochos. ‘Fideos, fideos’, dicen, porque es lo que conocen”, sostiene Claudia.

El precio es el principal factor a la hora de evaluar los productos que consumen. Y, al contrario de lo que sería lo más deseado, en estos casos la atención no se centra en lo más saludable o variado. Los alimentos más consumidos son los que sacian el hambre más rápido, muchas veces aquellos que no son los más recomendables en una alimentación saludable.

“Las personas buscan elegir alimentos que llenen, esa es la prioridad”, María Rosa Curutchet.

Preferencias y limitaciones  

Una de las comidas preferidas de Stefano son las milanesas, por eso dentro de las compras Gladys incluye medio kilo de carne de cerdo, que es más económica, para hacer las tan solicitadas milanesas, que sirve con algún acompañamiento para contentar a su nieto. También compra 300 gramos de carne picada, con la cual hace hamburguesas. Con esa cantidad salen cuatro, según tiene calculado . Por su parte, lo que le gustaría comer, pero no puede por el costo que implica su elaboración, es el tradicional puchero. “La papa está carísima, el boniato está carísimo…”, enumera con desánimo.

Más allá de todo, los alimentos nunca han faltado completamente en la casa de Gladys. La tarjeta de crédito y la solidaridad de los vecinos son las salidas cuando la situación se complica. En esas ocasiones también han sido socorridos por la asociación civil que gestiona el Caif al que asiste Stefano. “Ha venido gente a pedirme leche, porque hace cinco días que le da agua de avena o té a los chiquilines porque no tiene leche para darle”, menciona Raquel.

Enseguida, Gladys recuerda cuando trabajaba en una casa de familia donde tiraban la comida que quedaba de la noche anterior: “Cuando tiraban la leche, te daban ganas de llorar”. En cuanto a esto, las cocineras del Caif reconocen que comprar la leche es una dificultad en el medio en el que trabajan: “Acá la gente cuando viene a buscar a los niños, viene un poquito antes por si quedó leche para llevarse. El pan y la leche es fundamental para ellos”.

Alimentación y aprendizaje

Mientras, enfrente, Claudia, cocinera del Caif y Laura, auxiliar, preparan el almuerzo para los niños. Es miércoles, día de pescado. Realizan el plan semanal junto con las maestras y la psicomotricista. Como norma general, debe incluir lácteos, pan, fruta (todos los días), tres veces a la semana carne roja, un día pollo y uno pescado.

“Nosotras llegamos y ellos ya nos preguntan ‘¿qué hay para comer?’”, dice Claudia imitando la voz de los pequeños. La labor del Caif en la alimentación de los niños es esencial y nada sencilla. Requiere paciencia, creatividad y dedicación. “El Caif ha sido un paso enorme para ayudar a esas familias con los primeros pasos de los niños, tanto con el tema de la alimentación como en todo. No todos, pero la gran mayoría tienen muchas carencias”, manifiestan.

Ambas concuerdan en que la clave está en insistirle a los niños que prueben comidas y sabores que son nuevos para ellos. Lo más complicado es la verdura. “Les cuesta consumir porque normalmente en la casa no tienen”, apuntan. Como todo, unos la consumen bien y a otros les cuesta un poco más. Entonces “se les disfraza un poquito” y se les va dando. Al jugo de naranja le ponen zanahoria y remolacha, al fainá de queso le ponen zapallito, hacen puré con distintas verduras, así la variada gama de colores les llama la atención y comen.

Aunque el atractivo visual tiene un peso importante también apuntan a que los niños conozcan lo que están comiendo. Además, se incluye a la familia en talleres donde cocinan todos juntos y se les brindan recetas a los padres para que las puedan preparar en sus casas. Muchas veces no alcanza con poder acceder a un alimento, sino que se requiere saber cuál es la manera más adecuada de prepararlo y aprovecharlo para lograr una buena nutrición.

De todos modos, reconocen que la dieta depende mucho del poder adquisitivo. “Tener una dieta balanceada hoy día es muy complicado”, afirma Laura. Tal como lo expresa Carlo Pretini, fundador del movimiento Slow Food International, “hay comida para todos en este planeta, pero no todo el mundo come”. Por su parte, Curutchet afirma que “una de las mayores expresiones de violencia a la que una persona está sometida es a no poder comer lo que gusta, a tener que vivir privado o incluso pasar hambre”.

Son las 12:00. Laura y Claudia tienen la comida preparada. Verónica y Cristina dejan a sus hijos en el jardín. Gladys pega otra mirada por la ventana, falta poco para que termine el primer turno y salga su nieto. Mientras, toma la nota de los mandados y va al almacén. La merienda de Stefano hoy está asegurada.

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